25 de mayo de 2014

URB: el espectáculo CRECE SUR de Río

CRECE en el 2º Festival Internacional de Circo Río de Janeiro, 8-18 de mayo de 2014

Si dentro de 200 años visitas a Cidade de Deus, este barrio olvidado, recordado, y olvidado otra vez, permanentemente marginado de la urbe de Río de Janeiro; este barrio que es ciudad en población y plante, pero fantasma en todo lo que podría llamarse sociedad…  a lo mejor, ni te acuerdas de por qué has ido hasta allí.  Es invisible, impotente, inmóvil, amenazador a la una de la mañana, pero increíblemente humano.


Si dentro de 200 años visitas a Cidade de Deus, no te sorprendas si encuentras algún fin de semana del mes de Mayo, una fiesta llamada la Festa do Chapeu —la fiesta del sombrero.  Nadie se acordará de cómo nace, del porqué se celebra con el grito de Chapeu, Chapeu…, chapéchapé chapeu!  Nadie sabrá contarte el origen de estos personajes que desfilan, medio mito, medio cuento, como caminantes en una ciudad sin edificios.  Verás a la mujer peonza —pícara y sexy al girar—, un Ángel blanco caminando en el aire, cantando en una lengua extraña, verás el hombre gato cuyos pies tocan el suelo en silencio tras saltos inverosímiles y a una gnoma que sube y baja su palo sin ir a ninguna parte.  Verás gente que vuela con miradas que arden, un cocinero con cazos inquietos y, quizás, a lo lejos, rodeado de niños, un mago con dedos de agua. Todas llevarán su sombrero, comprado a este vendedor ambulante que grita por las calles, o algunos no, para protegerse de una lluvia de 33 pares de zapatos.


Dentro de 200 años nadie se acordará de este encuentro llamado Crece Sur, entre 13 mundos, los 12 de los artistas creadores de este circo inusual, y el de los habitantes de Cidade de Deus: eran momentos especiales, momentos de donde nacen las leyendas:  Chapeu, Chapeu, chapéchapé  Chapeu!!


Donald Lehn

23 de mayo de 2014

CRECE SUR 2 . Reflexiones de la directora Michelle Man

Cazando Esencias

No hay nada que te puede preparar para Río. Desde la butaca del avión, antes de aterrizar en esta gran urbe, ya te penetran sus olores, manifestando una coexistencia de densidades humanas y de follajes tropicales. Esto sería nuestro telón de fondo de una convivencia compacta donde el funcionamiento, con logística carioca, pondrá a prueba la paciencia y la manera de seguir moldeando nuestras filosofías de vida. Una simple lista bastaría para empezar a entender lo que podría ser una receta para retos mayores: tres semanas para crear un espectáculo con quince artistas de diez países, una música original para ser compuesta, creando en cinco espacios diferentes, ninguno de ellos circular —dos de ellos casi siempre con una sierra de metal en acción—, aparatos ‘inestables’, y por mi parte, a veces frustrada, pero al mismo tiempo muchas veces feliz de estar ‘lost in translation’. Ahí sin embargo van por lo menos dos claves para cualquier proceso creativo: la inestabilidad que viene con la búsqueda de caminos nuevos y con ello la capacidad de dejarse perder un poco. Desde mi perspectiva de señora directora, sin duda el callo ganado durante cuatro ediciones anteriores de Crece en Madrid y quince años viviendo el circo desde los bordes de la pista, me ha valido mucho.


Si Crece Sur prometía ser una experiencia de intercambio cultural, a los pocos días de estar en juego e investigando con los jóvenes artistas, me parecía claro que donde reside con fluidez un intercambio cultural es en los sudores compartidos y en el juego. Trabajando desde la vitalidad en juego de los artistas y poniendo atención en los detalles yo me identificaba como una cazadora de esencias. Con la compañía compartía una cierta sensación de ser una artista nómada —adaptándonos constantemente a nuevos terrenos mientras creamos nuestro espectáculo para un público desconocido, el de la favela o la comunidad— así lo llaman quienes viven ahí. Y si me preguntan con que me quedo… 


…Me quedo con el brillo de los ojos de las niñas y niños de la favela que volvían todos los días para ser nuevamente emocionados, respondiendo con aplausos y chillidos agudos por los vuelos de personas, mazas, sombreros y cucharas, por las artistas que ascendían como si fueran a tocar el techo de la carpa, por las caídas dramáticas y cómicas de acróbatas y zapatos, por las luces, el humo y los blackouts, por la diversión, los juegos de equilibrios, el Chapel y por los abrazos —dentro y fuera de la pista. Me quedo también con la capacidad de convivencia, la paciencia y por supuesto el arte de quince jóvenes artistas que me hicieron reír, llorar, desesperar y celebrar el circo. Me quedo con sus pisadas por tierra, barro y arena para acceder a la pista y actuar como si fueran condiciones idóneas. Curiosamente me quedo con algo de la hora carioca y un pulso menos agitado cuando no salen las cosas como están previstos. Me quedo con un tesoro de esencias etiquetado Cidade de Deus.